Chicharito y los 8.5M: Cuando el privilegio habla sin escuchar
El paisaje digital latinoamericano es un terreno minado de opiniones en tiempo real. Las redes sociales nos permiten estar justo en la línea de fuego de cualquier noticia, desatando olas de comentarios, memes y debates que, muchas veces, superan la reflexión profunda. Entre los temas que más polarizan y apasionan están las discusiones sobre feminismo: desde la potencia de las marchas callejeras hasta las demandas históricas por derechos reproductivos, como el aborto legal.
¿El problema? Estos debates no deberían reducirse a "tendencias" fugaces, porque detrás hay vidas, luchas y realidades dolorosas. Sin embargo, la polarización permanece a sus anchas: según un estudio del BID (2024), el 68% de las discusiones sobre igualdad de género en redes de la región derivan en confrontaciones agresivas, donde el matiz brilla por su ausencia.
Y aquí entra un fenómeno preocupante: muchas personas creen entender estos temas complejos sin formación ni empatía, opinando con la ligereza de quien comenta el último partido de fútbol. El caso más reciente –y tristemente emblemático– fue el del famoso futbolista mexicano Javier "Chicharito" Hernández. Sus declaraciones, que se viralizaron como pólvora hace unas semanas, encendieron alarmas:
"El feminismo está mal enfocado. Las mujeres ya tienen muchos derechos, ¿para qué quieren más?”,dijo el delantero en una entrevista improvisada, según reportó TUDN (junio, 2025).
La frase, además de reflejar un desconocimiento profundo sobre las desigualdades estructurales que viven las mujeres en México y Latinoamérica (donde 1 de cada 3 ha sufrido violencia física según CEPAL), mostró algo más peligroso: la normalización de discursos simplistas en temas de derechos humanos. Chicharito, con sus 8.5 millones de seguidores en Instagram, es solo un ejemplo de cómo figuras públicas amplifican mensajes dañinos sin medir consecuencias.
En el candente debate sobre igualdad de género, un fenómeno llama la atención: muchos grupos radicales pierden el foco de las problemáticas reales y de las medidas concretas que millones de mujeres necesitan. No se trata, como a veces se simplifica, de "quejarse" por hacer el aseo, cuidar de la familia o administrar los recursos del hogar. Eso, en sí mismo, no es el problema central.
El verdadero núcleo es la alarmante reducción de oportunidades que enfrentan incontables mujeres. Y aquí surge una realidad incómoda: ese rol tradicional de "ama de casa" está, con demasiada frecuencia, atado a una sombra de violencia. No hablamos solo de violencia física, sino también doméstica, reproductiva, psicológica y económica.
¿Significa esto que la mayoría de las mujeres la sufren? Estadísticas de organismos como la CEPAL indican que, si bien no es la totalidad, 1 de cada 3 mujeres en América Latina ha experimentado violencia física o sexual, y las formas psicológica y económica son aún más prevalentes. Tampoco significa que la mayoría "disfrute" ese rol impuesto. La clave está en la falta de elección.
Surge entonces la pregunta crucial: ¿Por qué a las mujeres no nos corresponderían los mismos derechos? ¿Qué diferencia inherente existe que justifique menos oportunidades laborales, salarios inferiores (la brecha salarial ronda el 20% en la región, según el BID), juicios sociales más duros y un largo etcétera de desigualdades
La respuesta es rotunda: NADA.
Las mujeres somos tan capaces como los hombres para ejecutar cualquier tarea, trabajo o estudio. Poseemos inteligencia, fuerza física (¡basta ver a las atletas olímpicas!) y habilidades diversas. Quizás la única diferencia, y esta sí es culpa del sistema patriarcal, es que se nos ha impuesto ser las reflexivas y empáticas por excelencia.
¿La razón? Al cargarnos históricamente con el rol exclusivo de cuidadoras y creadoras del hogar, se nos exige estar en contacto constante con las emociones: entender a hijos, parejas, padres, compañeros; reflexionar sobre cómo cada acto repercute en los demás.
¿Puede el hombre desarrollar esa empatía y reflexión? ¡Claro que puede! La neurociencia demuestra que no hay una "caja cerebral" exclusiva para ello. El problema es que, con frecuencia, no quieren. Y no quieren, en gran medida, porque significaría renunciar a los privilegios para los que el mismo sistema los ha "programado": enfocarse en crecer económicamente, impulsar sus carreras, estudiar, hacer deporte, viajar, socializar libremente.
Imaginemos por un segundo a esos hombres que sí se vuelcan plenamente a la paternidad y al hogar: llegan del trabajo y cocinan, ayudan con la tarea, planchan, lavan, dedican horas a la crianza real... ¿Les quedaría tiempo y energía para mantener esa "vida de solteros" idealizada? La respuesta es simple: NO. Y no es por falta de voluntad, sino porque las labores del hogar y la familia desgastan, preocupan y exigen tiempo, dedicación y reflexión constante. Es una carga pesada que escapa completamente de su "programación" privilegiada.
Mientras tanto, el hombre que prioriza sus metas individuales, acumula riqueza o tiene una vida social activa sin ataduras familiares rara vez es juzgado con la misma severidad. Las preguntas incómodas ("¿Para cuándo te casas?", "¿No piensas tener hijos?", "¿Ya viste tu edad?") o los comentarios despectivos ("Seguro no consigues pareja por tu trabajo", "Con ese carácter no vas a encontrar a nadie", "¿No te cansas de andar con uno y otro?") aunque han disminuido en las grandes ciudades, aún persisten y pesan mucho más sobre las mujeres.
Entonces, ¿cuál es ese derecho fundamental que tanto se reclama y aún se niega? Parece el más sencillo, pero es el más complejo de alcanzar -a juzgar por los siglos de lucha que aún no lo garantizan plenamente-.
Es el poder de DECIDIR.
Decidir si se quiere ser madre o no, y cuándo. Decidir entre una carrera profesional o dedicarse al hogar... o ambas, si así se elige. Decidir sobre el propio cuerpo, tiempo, proyectos y vida, sin que el género sea una cárcel que limite las opciones. Es el derecho a que "ama de casa" sea una elección genuina, no un destino forzado. Es el derecho a que "éxito profesional" no implique renunciar a la maternidad, si se desea. Es el derecho a vivir libre de violencias y estereotipos asfixiantes.
La verdadera igualdad no es hacer a todos iguales, sino garantizar que todas las personas, independientemente de su género, tengan el mismo poder fundamental: elegir su propio camino. Ese sigue siendo el núcleo de la lucha, el derecho invisible que sostiene todos los demás y por el que, sin duda, vale la pena seguir alzando la voz.
Pero hay un derecho aún más básico, más primordial, que histórica y generacionalmente les ha sido negado a demasiadas: el simple, brutal y esencial derecho a VIVIR y es aquí donde la conversación se vuelve urgente, donde el dolor se transforma en cifras escalofriantes: hablamos del feminicidio.
Este crimen de odio, reconocido por su naturaleza específica (el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer, frecuentemente por parte de parejas o exparejas, o en contextos de violencia de género), mereció su propia tipificación penal. Sin embargo, esta realidad lacerante no está reconocida en todos los países del mundo, lo que dificulta su visibilización y combate global.
¿Por qué nos matan? La pregunta resuena con una crudeza inaceptable y las razones, absurdas y terribles, son un reflejo de una misoginia profundamente arraigada, aquí algunas de las razones:
- Por buscar un momento de alegría: Por atreverse a salir a bailar, a disfrutar de su tiempo libre.
- Por ejercer su autonomía: Porque un hombre (frecuentemente una pareja o expareja) no aceptó que ella decidiera terminar una relación.
- Por decir "no": Por rechazar una propuesta romántica o sexual, por no querer ser la pareja de alguien.
- Por defender su cuerpo: Por repeler un tocamiento no deseado, un "piropo" agresivo o una situación de acoso.
- Por solidaridad: Por defender a una amiga, a una madre, a una hija que estaba siendo agredida.
- Por exigir justicia: Por alzar la voz para pedir verdad y reparación por otras víctimas.
Las cifras no mienten, gritan: Según ONU Mujeres, a nivel global, más de 5 mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia. En América Latina y el Caribe, región donde la lucha feminista es potente pero la violencia es feroz, la situación es crítica, datos de la CEPAL indican que al menos 4,050 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 2021 solo en 29 países de la región. La OMS también señala que la violencia de pareja es una de las principales causas de muerte para las mujeres en edad reproductiva.
Cada una de estas razones, cada una de estas cifras, representa una vida arrancada, un sueño truncado, una familia destrozada. El feminicidio no es un crimen pasional, es la expresión más extrema de una violencia sistemática que busca controlar, someter y, finalmente, eliminar a las mujeres que desafían los roles impuestos o ejercen su libertad.
La lucha por el derecho a vivir sin miedo es la base de todas las demás luchas, no puede haber verdadera igualdad, no puede haber elección libre, mientras el miedo a ser asesinada por ser mujer sea una sombra que persista. Es un grito colectivo que atraviesa fronteras: ¡Basta de muertes! ¡Basta de impunidad! ¡Exigimos el derecho fundamental a existir, a vivir, a ser libres! La resistencia continúa, porque mientras haya una voz que clame justicia, la esperanza de un mundo más seguro para todas no se apagará.
Esa declaración incómoda, ese comentario del futbolista estrella que resonó en todos los noticieros... Sucede. Y en el calor del fanatismo o la admiración, es fácil aplaudir o rechazar sin pestañear, pero aquí está la invitación: antes de alzar la bandera del apoyo o la crítica, hagamos una pausa, una pausa que valga la pena.
Imagínense por un momento no ser ustedes, sino ellas, las mujeres que cargan con un peso histórico invisible para muchos. Cuando escuchamos discursos que minimizan luchas de equidad o ignoran realidades dolorosas, el llamado no es solo a reaccionar, sino a reflexionar con criterio, con datos en mano y con el corazón abierto porque los números no mienten, y pintan un panorama desigual que duele:
- En Latinoamérica, las mujeres ganan, en promedio, un 17% menos que los hombres por el mismo trabajo (CEPAL). ¿Oportunidades iguales? Las cifras gritan que no.
- El 75% del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado recae sobre nosotras (PNUD) Una carga invisible que limita oportunidades educativas, laborales y de desarrollo personal.
- La violencia sigue siendo una sombra enorme: 1 de cada 3 mujeres en la región ha sufrido violencia física o sexual (ONU Mujeres). ¿Acceso a una vida segura? Para muchas, sigue siendo una promesa incumplida.
Estos no son "temas de mujeres". Son indicadores rotos de una sociedad que aún no ofrece pisos parejos para todos sus miembros. Son el telón de fondo contra el cual ese discurso del ídolo deportista debe medirse.
Reconocer nuestros privilegios (sí, los tuyos, los míos) no es un acto de culpa, sino de lucidez. Es entender que, por el simple hecho de nacer hombre o en ciertas circunstancias, algunas puertas se abren sin golpear, mientras otras luchan por una rendija. Es mirar atrás y ver siglos de programación social, sesgos inconscientes tejidos en la cultura como una telaraña fina pero resistente.
La gran lucha por la equidad, esa que nos dignifica a todos, solo tomará verdadera fuerza cuando, antes de fijar postura, hagamos un alto. Un alto para:
- Cuestionar: ¿Qué hay detrás de esas palabras? ¿Ignoran realidades documentadas? ¿Refuerzan estereotipos?
- Revisar: ¿Qué prejuicio mío, qué "programa" interno heredado, está influyendo en mi reacción inmediata?
- Informarse: ¿Qué dicen las estadísticas? ¿Qué cuenta la historia que no podemos ignorar?
- Empatizar: ¿Cómo resonaría ese discurso en los oídos de quien vive la desigualdad en carne propia?
Apoyar o no una postura pública es válido, pero que ese apoyo o rechazo nazca de un terreno fértil: el de la conciencia, el dato frío y el reconocimiento honesto de un mundo que aún no es justo para la mitad de su población.
La próxima vez que un micrófono amplifique un mensaje cuestionable, recordemos: la verdadera lucha por un futuro mejor no grita al unísono sin pensar, sino que: Analiza, siente, compara con la realidad de millones, y solo entonces... levanta su voz, porque solo así, desaprendiendo sesgo a sesgo, construiremos las canchas verdaderamente parejas que merecemos.



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