Niños, pantallas y empatía: Construyendo el futuro en tiempos de caos
En Latinoamérica, el sueño de una vida estable – techo seguro, trabajo digno, futuro previsible – parece alejarse como un horizonte movedizo. Las estadísticas pintan un panorama complejo: el costo de la vivienda se dispara, la inestabilidad laboral ronda al 40% de los trabajadores en varios países de la región según la CEPAL, y conciliar la vorágine profesional con la vida personal se siente como una carrera de obstáculos sin fin. Los traslados eternos, los salarios que no alcanzan, la ansiedad por mantener un empleo con futuro... todo esto hace que construir ese "piso" básico sea, para muchos, una meta cada vez más esquiva.
Frente a esta realidad, surge una encrucijada generacional profunda:
- La Postura Comprensible: Para un segmento significativo, traer un niño al mundo en este contexto se percibe como un riesgo enorme, casi imposible. ¿Cómo garantizarle estabilidad, tiempo de calidad, oportunidades, cuando lo básico para uno mismo cuesta tanto? Es una elección responsable, meditada, que prioriza no traer sufrimiento a una nueva vida en condiciones percibidas como adversas. Estudios globales, como el de YouGov en varios países, reflejan que la incertidumbre económica es la principal razón para posponer o renunciar a la paternidad/maternidad.
- La Postura Revolucionaria: Pero he aquí la contrapropuesta que gana fuerza: hay una creciente corriente que ve en la decisión consciente de tener un hijo precisamente ahora, un acto de profunda rebeldía y esperanza. ¿Por qué? Porque implica desafiar la narrativa de la derrota. Criar en medio de estas complejidades – luchando por conciliar horarios inflexibles con reuniones escolares, tareas nocturnas con proyectos laborales, presupuestos ajustados con sueños infantiles – es visto como un compromiso férreo con el futuro. Es apostar por la vida, por el amor y por construir algo significativo a pesar de todo. Es, para ellos, la verdadera revolución: sembrar futuro en tierra árida.
- Más apoyo social y laboral a las familias: Para que los padres tengan realmente tiempo y energía para criar y enseñar, reduciendo la dependencia de las pantallas como niñeras.
- Empatía activa de ambos lados: Entender el agotamiento de los padres *y* el derecho al descanso de quienes no tienen niños a cargo.
- Preparación y gestión proactiva de los padres: Llevar actividades silenciosas, explicar reglas básicas antes de salir, retirarse brevemente si hay un berrinche intenso, sin esperar que otros solucionen o cedan espacios pagados.
- Para las familias: Educar con amor y límites claros es su invaluable contribución.
- Para todos los demás: Reconocer que su actitud, su trato, su ejemplo diario son igualmente poderosos e imprescindibles.
Ambas posturas son válidas, ambas son respuestas legítimas a un mundo difícil, ambas merecen empatía y respeto sin embargo, algo inquietante está ocurriendo en los márgenes de este debate necsario. La tensión entre estas visiones vitales ha dado pie, en algunos sectores radicalizados, a una especie de "fobia a la infancia" (o "childfree radical") que va más allá de la elección personal. No hablamos de quienes eligen espacios adultos para eventos específicos (una boda íntima, por ejemplo, cuya dinámica así lo requiera). Hablamos de discursos que piden excluir a los niños de espacios públicos compartidos por naturaleza: cines en horarios familiares, restaurantes no exclusivamente gourmet, vuelos comerciales. Se les estigmatiza como "molestias inherentes", negando su derecho fundamental a existir y aprender a convivir en sociedad.
Imaginen esta escena: están en un avión tras un largo día, anhelando descansar oquizás en ese restaurante para el que ahorraron para darse un gusto y de repente, el llanto agudo de un niño rompe la calma, seguido de gritos de juego que desafían cualquier volumen razonable travesuras que van desde caritas graciosas hasta un jugo volcado en tu ropa nueva. Olores inesperados que recuerdan que los pequeños cuerpos aún no dominan sus funciones es un cóctel sensorial que, para muchos, puede ser abrumador.
Pero aquí no hablamos solo de "cosas de niños” el debate real es profundo y espinoso: ¿Por qué las personas que eligen no tener hijos, o simplemente buscan un momento de paz, deben soportar berrinches, groserías o interrupciones constantes en espacios donde pagaron precisamente por tranquilidad? ¿Dónde queda el derecho al descanso, al silencio comprado en un vuelo o en una sala VIP?
La otra cara de la moneda: Padres agotados y la pantalla
Entender el fenómeno requiere mirar hacia el otro lado ser padre hoy es una carrera contra el tiempo. Las estadísticas son elocuentes: entre largas jornadas laborales, desplazamientos y la montaña de quehaceres domésticos, el tiempo de calidad con los hijos se ha convertido en un lujo escaso, muchos padres llegan a casa exhaustos, sin energía para jugar o conversar profundamente. ¿La solución rápida y aparentemente mágica? La tecnología.
Un celular, una tableta, la tele... y el ruido cesa. Los niños se inmovilizan es un respiro que permite cocinar, limpiar, planchar o simplemente respirar según estudios, un alto porcentaje de niños menores de 5 años pasa más tiempo del recomendado frente a pantallas, a veces como consecuencia directa de esta dinámica familiar agotadora.
El costo invisible: Criar sin conectar
Este "parche tecnológico", sin embargo, tiene un precio alto y silencioso poco a poco, se erosiona la conexión humana familiar. Se convive bajo el mismo techo, pero inmersos en mundos digitales separados y como resultado, alertan psicólogos, son niños (y futuros adultos) que pueden tener dificultades para reconocer y gestionar sus emociones sin una pantalla de por medio ¿Cómo esperar que un niño pequeño, que está aprendiendo las reglas básicas del mundo, se auto regule en público si no ha tenido suficientes oportunidades de practicarlo en un entorno seguro y guiado?
Surge entonces un patrón preocupante: el niño hace una travesura inapropiada (gritar en un lugar tranquilo, molestar a otros comensales) y en lugar de una corrección clara que le enseñe el impacto de sus actos, recibe un justificativo vago: "Es solo un niño, no sabe lo que hace” es cierto, ¡no lo sabe! pero ¿quién se lo está enseñando? La enseñanza requiere tiempo, paciencia y presencia, recursos que escasean en la vorágine diaria.
El caso viral que encendió la mecha: ¿empatía u obligación?
Este conflicto latente estalló a la vista de todos con el reciente caso viral de una joven en Brasil, ella pagó por un asiento de ventanilla en un avión, una madre le pidió que lo cediera a su hijo, que lloraba, pero la joven se negó en tanto la respuesta de la madre fue grabarla y exponerla públicamente, acusándola de "falta de empatía” el escarnio fue tal que la joven terminó demandando por difamación.
La pregunta que sacudió redes fue: ¿Fue realmente falta de empatía? ¿O fue la defensa de un derecho adquirido (su asiento pagado) frente a una expectativa no razonable? ¿Dónde queda la responsabilidad de los padres en gestionar el malestar de sus hijos sin exigirle a un desconocido que resuelva la situación? Este caso puso sobre la mesa la tensión entre comprensión hacia las dificultades de la crianza y el derecho individual a disfrutar de un servicio pagado sin interrupciones graves.
Buscando el equilibrio
El ruido de los niños jugando es, en esencia, un sonido de vida sus travesuras son exploración sus aprendizajes sobre control corporal y emocional son procesos, pero estos procesos naturales no pueden invalidar sistemáticamente el bienestar y los derechos de los demás en espacios compartidos.
La solución no es sencilla, y existen varias aristas a evaluar:
En el complejo y hermoso entramado de la crianza y la convivencia social, hay una verdad que resuena con fuerza: la construcción de una sociedad mejor es una responsabilidad compartida, tejida con hilos de empatía desde múltiples perspectivas.
Por un lado, está el viaje monumental de los padres y madres su rol es fundamental, y conlleva una carga profunda de preparación y compromiso. No se trata solo de amor incondicional (que es la base), sino de educar con una firmeza amorosa, cimentada en valores claros. Es su tarea esencial guiar a esos pequeños exploradores en el aprendizaje de cómo ingresar al mundo, entender sus reglas, navegar sus desafíos y contribuir positivamente.
Según datos de UNICEF, la calidad del entorno familiar y la educación en valores en los primeros años son determinantes clave para el desarrollo cognitivo, emocional y social futuro de un niño es una labor que exige constancia, paciencia y una profunda conciencia de que están formando a los futuros ciudadanos.
Pero aquí llega el giro crucial, el llamado a la empatía colectiva: el hecho de que alguien no tenga una vida bajo su cuidado directo, no significa que su papel sea pasivo o carente de impacto ¡Todo lo contrario! La sociedad es un ecosistema donde cada interacción cuenta: el vecino amable, el maestro inspirador, el tío que escucha, el colega que ofrece un consejo sabio, el ciudadano que practica el respeto en el espacio público... todos estos adultos, independientemente de su situación familiar, tienen un poder inmenso para moldear positivamente a los niños y jóvenes que los rodean.
¿Por qué es vital entender esto? Porque los niños absorben todo, observan cómo los adultos resuelven conflictos, cómo tratan a los demás, cómo enfrentan la frustración. Un estudio del BID sobre capital social en América Latina resalta cómo las redes comunitarias sólidas y los modelos positivos fuera del núcleo familiar son factores protectores clave para el desarrollo juvenil y la cohesión social. Un gesto de paciencia en la fila del supermercado, una palabra de aliento a un adolescente, el ejemplo de integridad en el trabajo... estas son semillas que se plantan en el futuro.
No se trata de juzgar las decisiones individuales sobre la paternidad o la maternidad cada camino es válido y respetable se trata de reconocer que, independientemente del sendero elegido, todos estamos inmersos en la misma tarea colectiva: nutrir a la próxima generación. Esos niños de hoy son los adultos de mañana, quienes heredarán y transformarán nuestra sociedad. ¿La construirán con cimientos de respeto, colaboración y responsabilidad? Eso depende, en gran medida, de las lecciones –explícitas e implícitas– que todos los adultos a su alrededor les transmitamos hoy.
La invitación, entonces, es a la empatía activa:
Juntos, desde nuestros distintos lugares, somos los arquitectos del mañana debemos tejerlo con hilos de comprensión, responsabilidad y una empatía que abrace a toda la comunidad porque el futuro no se escribe solo en casa; se co-crea en cada rincón de la sociedad.



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